Some big, bad, Villans...
Some big, bad, Villans...
Ahora que Unai Emery ha sacado el abrillantador para recuperar el lustre del león de las Midlands, algo que ningún técnico había conseguido desde los míticos Ron Atkinson y Graham Taylor, no conviene olvidar que, aunque los aficionados del club se quejasen del cambio de escudo porque era igual al del Chelsea, fue con ese león rampante encerrado en un círculo con el que los de Villa Park se proclamaron amos de Europa una tarde de mayo del 82, cuando el mundo esperaba ansioso el inicio del Mundial de España y miraba con preocupación cómo las cosas se ponían feas en las Malvinas.
El recuerdo del Aston Villa campeón de Europa en 1982 resuena aún hoy como una de las gestas más improbables en la historia del fútbol continental . En un contexto donde el fútbol inglés gozaba de una hegemonía notable, acumulando cinco títulos europeos consecutivos, la competitividad de su liga y el estilo aguerrido de sus clubes los erigían como adversarios temibles en cualquier competición europea . El Aston Villa, un equipo que apenas un año antes había conquistado el campeonato liguero inglés superando al Ipswich Town de Bobby Robson con la asombrosa utilización de tan solo catorce jugadores, se embarcó en una campaña europea que culminaría en la consecución de la preciada Orejona.
Sin embargo, la temporada 1981-82 comenzó de forma titubeante para los Villanos. Un ambiente de incertidumbre se cernía sobre el club, que parecía haber perdido el rumbo tras un inicio irregular. La situación se tornó aún más crítica cuando Ron Saunders, el artífice del título liguero, tomó la sorprendente decisión de dimitir en el mes de febrero. Su marcha, motivada por desacuerdos con la directiva en relación a su contrato, dejó un vacío en el banquillo que muchos temieron sería insalvable.
Ante este inesperado revés, la directiva del Aston Villa apostó por la continuidad interna, nombrando a Tony Barton, hasta entonces jefe de ojeadores del club, como nuevo entrenador. La decisión, aunque arriesgada, demostró ser un golpe de timón providencial. Para cuando Barton tomó las riendas, el equipo ya había superado las dos primeras rondas de la Copa de Europa, dejando en el camino al Valur islandés y al Dynamo de Berlín, ya consolidado como campeón por decreto de la Alemania oriental.
Con Barton al mando, el Aston Villa afrontó los siguientes desafíos europeos con una determinación renovada. Lograron imponerse al Dinamo de Kiev en cuartos de final, un rival que a priori presentaba una gran dificultad. En las semifinales, los Villanos protagonizaron una de las sorpresas del torneo al derrotar al Anderlecht belga, considerado el favorito para alcanzar la final. La eliminatoria se decidió por la mínima (1-0 global), con un Anderlecht que quizás adoleció de un planteamiento excesivamente defensivo. Los belgas eran seguramente el equipo más en forma del continente. Eran verticales, tenían una defensa sólida y un centro del campo talentoso, pero Tomislav Ivic, el entrenador yugoslavo que se había hecho conocido creando un gran Hajduk Split en los años 70, pecó de ultraconservador ante su miedo a las transiciones del equipo inglés. Tras la derrota, el propio Ivic no se cortó un pelo. No puedo creerme que hayamos perdido ante un equipo tan flojo. El camino hacia la gloria estaba allanado, a falta de un último obstáculo: el poderoso Bayern de Múnich en la gran final de Rotterdam.
Un estilo inglés innegociable: La solidez como seña de identidad
A pesar del cambio de entrenador en mitad de la temporada, el estilo de juego del Aston Villa se mantuvo prácticamente inalterado. Y es que Barton era de la idea de que aquello que funciona no debe cambiarse. Y a pesar del inicio titubeante, habían dejado claro el año anterior que el equipo pitaba. El equipo era un fiel reflejo del fútbol inglés de principios de los años 80, con un esquema táctico de 4-4-2 innegociable, aunque un poco mentiroso, como también era seña de identidad en muchos equipos británicos. Bajo la dirección de Tony Barton, los de Birmingham combinaban el tradicional balón largo dirigido a su corpulento delantero centro, Peter Withe, con una construcción de juego más elaborada en el centro del campo, donde la figura de Gordon Cowans ejercía como eje y distribuidor.
En los costados, el Villa contaba con dos puñales que aportaban velocidad y desequilibrio. Por la izquierda, Tony Morley, un extremo habilidoso y rapidísimo, que era capaz de desbordar con facilidad y generar peligro constante. Por la derecha, Gary Shaw, un segundo atacante incisivo que encontraba en esa banda su mejor zona de acción y se ofrecía como una amenaza constante para las defensas rivales. Ambos extremos eran fundamentales para abastecer de balones a Peter Withe, el cazagoles del equipo. Shaw y Morley son la razón por la cual ese 4-4-2 era mentiroso. El equipo aparecía de manera muy fluida en un 4-4-2 o en un 4-3-3, dependiendo de las circunstancias del partido.
No obstante, la verdadera fortaleza del Aston Villa residía en su defensa, que se caracterizaba por su solidez y disciplina táctica. Esta muralla defensiva fue crucial para que el equipo de Birmingham pudiera sobrevivir a salidas muy complicadas en sus encuentros europeos. La cohesión y el entendimiento entre sus líneas permitieron al Villa superar momentos de presión y mantener la portería a cero en partidos clave.
Saunders sentó las bases, Barton culminó la obra
La campaña europea del Aston Villa estuvo, como no podía ser de otra manera, marcada por la transición en el banquillo. Ron Saunders fue el técnico que inició la temporada y quien guio al equipo a través de las dos primeras eliminatorias . Su labor previa en la consecución del título liguero y su conocimiento del plantel fueron fundamentales para establecer una base sólida sobre la que construir el éxito europeo. Sin embargo, sus diferencias contractuales con la directiva truncaron su proyecto en pleno desarrollo. Era una época en la que, a pesar de los éxitos europeos, los clubes ingleses estaban tiesos económicamente, empantanados en prácticas propias de la primera mitad del siglo XX y con estados en condiciones bastante lamentables. El dinero desaparecía de las arcas con mucha mayor facilidad de la que entraba.
Como su ayudante y principal ojeador de Saunders, Barton conocía a la perfección las fortalezas y debilidades del equipo, así como la filosofía de juego que había llevado al Villa a la cima del fútbol inglés. Supo mantener la moral alta en un momento delicado y gestionó con acierto los diferentes encuentros europeos, culminando el proyecto con la histórica victoria en la final de Rotterdam ante el Bayern de Múnich. Paradójicamente, a pesar de este logro trascendental, la trayectoria de Barton como entrenador se desdibujaría rápidamente, convirtiéndose en una auténtica estrella fugaz de los banquillos. Se mantendría en el cargo tan solo dos años más antes de pasar a un segundo plano.
Un equipo sin estrellas que Conquistó Europa
El Aston Villa de 1982 no se caracterizaba por tener un plantel repleto de figuras rutilantes, sino más bien por la solidez de su bloque y el compromiso de sus jugadores. Cada uno de los catorce futbolistas que disputaron la mayoría de los encuentros, y aquellos que aportaron su granito de arena en momentos puntuales, fueron cruciales para la consecución del título.
En la portería, Jimmy Rimmer era el guardameta veterano e indiscutible. Con experiencia previa como campeón de Europa con el Manchester United en 1968, Rimmer aportaba seguridad y veteranía bajo los palos. Jugó todos los partidos europeos hasta la final, donde una inoportuna lesión en el cuello en el minuto 9 le obligó a abandonar el terreno de juego, dando paso a la leyenda de Nigel Spink. Spink, con tan solo un partido disputado con el Villa en sus anteriores cinco temporadas en el club, realizó una actuación memorable en la final contra el Bayern, manteniendo su portería a cero con varias paradas espectaculares y decisivas. Esta actuación le valió para hacerse con la titularidad en el equipo durante la siguiente década.
En la línea defensiva, Kenny Swain era el lateral derecho titular, tanto en la liga como en la Copa de Europa. Era un delantero reconvertido por Saunders y destacaba por sus medidos balones largos y centros laterales desde la derecha, especialmente dirigidos a Shaw y Withe. Era una herramienta útil para la salida de balón y para iniciar peligrosos contraataques, especialmente en los partidos fuera de casa. Incluso contra el Dinamo Kiev, un equipo temido por sus fulgurantes transiciones, fue el Villa quien impuso esta arma, obligando al Dinamo a retrasar su línea defensiva y controlar los espacios que podían ser explotados por los Villanos. Su carácter fuerte le valió el brazalete de segundo capitán cuando Mortimer no estaba en el campo. La pareja de centrales escoceses, Allan Evans y Ken McNaught, formaba un muro infranqueable. Evans, un pilar de la retaguardia durante doce años, era excelente en el juego aéreo y también un buen lanzador de penaltis. McNaught, conocido por su dureza y su capacidad para jugar de stopper, también era un buen pasador en largo y anotó un gol crucial contra el Dinamo de Kiev en cuartos de final. Brendan Ormsby, el tercer central, disputó tres encuentros europeos debido a la ausencia de McNaught, pero nunca pudo optar al once titular de manera realista. Gary Williams, un jugador polivalente que podía actuar en ambos laterales, participó en siete de los nueve encuentros europeos. La presencia de Swain le relegó principalmente a la banda izquierda. Colin Gibson era el lateral izquierdo habitual, aunque tuvo que competir por el puesto con Williams. Jugó partidos importantes, incluyendo los de la Supercopa de Europa contra el Barcelona y cuatro en la Copa de Europa.
El centro del campo era el motor del equipo, con cuatro jugadores titulares que aportaban equilibrio y trabajo incansable. Des Bremner, un auténtico pulmón en la medular, partía desde la derecha y recorría kilómetros subiendo y bajando la banda, ofreciendo coberturas en el centro. Su entendimiento con Shaw en banda era clave, desdoblándose y poniendo buenos centros para Withe. Bremner disputó todos los minutos del Villa en Europa. Dennis Mortimer, considerado el mejor capitán en la historia del club, fue quien levantó la Copa de Europa. Un centrocampista incansable, su principal labor era la de cubrir el terreno detrás de Cowans. Llegaba al gol desde segunda línea y poseía un buen disparo lejano. Gordon Cowans era el cerebro del equipo, seguramente su jugador más determinante. Situado en el centro del campo, contaba con la ayuda de Mortimer y Bremner en las tareas defensivas. Era un centrocampista muy completo, con un excelente rango de pase, tanto en corto como en largo. Sabía controlar el ritmo del partido y lanzar pases incisivos para los delanteros. Fue un jugador muy valorado, también en el extranjero, llegando a jugar en Italia con el Bari. Andy Blair fue el suplente que más campo vio. Aunque con menos protagonismo debido a la consistencia de los titulares, fue importante en la eliminatoria contra el Dinamo de Kiev, donde se encargó de marcar a la estrella soviética Oleg Blokhin.
En la delantera, Tony Morley era un extremo rapidísimo y habilidoso. Considerado uno de los jugadores más veloces de la época, fue decisivo en varios encuentros europeos. Sus dos goles en Berlín ante el Dynamo dieron el pase a cuartos al Aston Villa, y también marcó el gol decisivo contra el Anderlecht que clasificó al equipo para la final. Además, fue el autor de la asistencia para el gol de Withe en la final. Gary Shaw, a pesar de su juventud (20 años), demostró ser un extremo derecho talentoso y peligroso. Fue el jugador más destacado del Villa en la eliminatoria contra el Dinamo de Kiev, marcando el primer gol en Villa Park. Su prometedora carrera se vio truncada por una grave lesión de rodilla al año siguiente. Peter Withe, el imponente delantero centro, fue la referencia ofensiva del equipo. Tras haber ganado la liga con el Nottingham Forest, llegó al Villa para convertirse en el máximo goleador de la liga en la temporada anterior. Su entendimiento con Shaw facilitó las cosas al Villa en Europa, y fue el autor del histórico gol que dio el título al Aston Villa en la final contra el Bayern de Múnich. La temporada de los tres fue tan destacada que fueron preseleccionados con Inglaterra para el Mundial de España, aunque ninguno pasó el corte de Ron Greenwood, algo que causó cierta polémica en los círculos del fútbol inglés, ya que tan importantes son las figuras rutilantes como aquellos jugadores con menos nombre pero que llegan embalados a un gran torneo por un subidón como el vivido por los tres atacantes del Aston Villa.
Una gloriosa noche en una bañera en Rotterdam
La final de la Copa de Europa de 1982, disputada en el De Kuip (La Bañera), de Rotterdam contra el Bayern de Múnich, se convirtió en un relato épico para el Aston Villa. El partido comenzó con un contratiempo para los ingleses, la lesión de su portero titular, Jimmy Rimmer, en los primeros minutos. La entrada de Nigel Spink, un joven con apenas experiencia en el primer equipo, generó incertidumbre. Sin embargo, Spink se erigió como el héroe inesperado de la noche, realizando una serie de paradas providenciales que mantuvieron su portería a cero ante el asedio de un Bayern que, a pesar de no contar con un equipo tan brillante como el de los años 70, sí era físicamente imponente y contaba con dos grandísimas estrellas. Paul Breitner era el capo de los bávaros, dominando todo desde su posición en el centro del campo, mientras que Rummenigge, era su perfecto compinche en la delantera. Breitnigge, como eran conocidos, ejercían una tremenda influencia tanto dentro como fuera del campo.
El momento culminante del encuentro llegó en el minuto 67. Tras una internada por la banda izquierda de Tony Morley, el habilidoso extremo envió un centro raso al área. El balón, ligeramente desviado por un defensor alemán, llegó a los pies de Peter Withe, quien, con un toque sutil y oportuno, envió el esférico al fondo de las mallas, desatando la euforia entre los aficionados del Aston Villa.
A pesar de los intentos desesperados del Bayern por igualar el marcador, la sólida defensa del Aston Villa, liderada por la imponente figura de Nigel Spink, resistió con firmeza hasta el pitido final. El Aston Villa, contra todo pronóstico, se coronaba campeón de Europa.
Un legado imborrable: la sorpresa que marcó una época
El triunfo del Aston Villa en la Copa de Europa de 1982 trascendió lo puramente deportivo para convertirse en un símbolo de la capacidad de un equipo unido y con una identidad clara para superar a rivales teóricamente superiores. La gesta de los catorce jugadores que conquistaron Europa, liderados por un entrenador que tomó las riendas en un momento crítico, perdura en la memoria de los aficionados al fútbol como un ejemplo de coraje, determinación y la belleza de las sorpresas que este deporte nos regala. Fue, sin embargo, una luna de miel corta. Tras el trienio mágico que vio como la liga, la Copa de Europa y la Supercopa europea llegaban a Villa Park, el equipo entre en una espiral negativa (que comenzó con la lesión de Shaw), que lo llevó a segunda división apenas un lustro después de su mítica noche holandesa. Aunque Graham Taylor primero y Ron Atkinson después lo volvieron a hacer competitivo con el cambio de década, asentándolo en la Premier durante años (hasta un posterior descenso ya en el siglo XXI), nunca volvieron los Villanos a volar tan alto. Aunque Emery los haga soñar, Rotterdam sigue quedando sorprendentemente lejos.