Bela Guttmann, el magiar errante.
Más allá de maldiciones y leyendas, la vida del técnico húngaro es un recorrido por la historia de Europa en el siglo XX.
Hoy en día, casi sepultado por las arenas del tiempo, el nombre de Bela Guttmann raramente aparece en una conversación futbolística, incluso si se habla de los más grandes entrenadores de todos los tiempos. Su apellido está más unido a la maldición del Benfica que a su legado futbolístico, algo que realmente es bastante injusto. Nombrando a Bela Guttmann estamos hablando de uno de las personalidades más polémicas, dinámicas e influyentes de la historia del fútbol.
Sin Guttmann, Brasil quizá no habría jugado el 4-2-4 que le dio sus primeros éxitos, sin Guttmann el Benfica seguramente nunca habría ganado la Copa de Europa y, sin Guttmann, Hungría seguramente nunca habría aplastado a Inglaterra por 3-6 y 7-1. La historia de su nómada y extraordinaria vida es la historia de un hombre cuyo legado fue decisivo en puntos geográficos tan alejados como Budapest, Viena, Lisboa, Milan, Buenos Aires o Sao Paulo.
Bela Guttmann, judío húngaro, nació en Budapest en 1899, hijo de Abraham y Ester, dos profesores de danza. Él siguió los pasos de sus progenitores y a los 16 años también se convirtió en maestro. Pero la danza no era su mayor amor. Hungría era en la época la mayor potencia del fútbol continental y a Guttmann, como a tantos otros, le había picado ya el gusanillo del balompié. Su carrera comenzó en humildes equipos de la capital hasta llegar al MTK, poderoso club dominador del fútbol magiar. A inicios de los años 20, Guttmann había ganado ya el campeonato húngaro y también había debutado con la potente selección nacional. Su etapa como jugador internacional fue más bien breve. En 1924, cuando estaba concentrado para las Olimpiadas, su descontento con la masiva presencia de directivos (superaban en número a los propios jugadores) en un hotel de concentración que él consideraba más adecuado para socializar que para unos deportistas, le llevó a colgar ratas muertas en las puertas de estos directivos como medida de protesta. Nunca más volvería con la selección y la falta de respeto a la autoridad se convertiría en un elemento recurrente de su carrera.
Dicen las crónicas que Guttmann era un elegante mediocentro, pero tanto como jugador como en su etapa de entrenador, le costará permanecer mucho tiempo en el mismo lugar. Se convertirá en un profesional errante, en un mercenario, algo que no era común en la época. Cuando Guttmann consideró que el ambiente antisemita en la Hungría del Admirante Miklos Horthy era inaguantable, se fue a Viena, al Hakoah, un club judío que promovía la causa e ideología sionista. Su relación con clubes de arraigados vínculos con esta comunidad marcará su carrera como jugador y sus primeros años de entrenador.
Mientras estaba en Austria, Guttmann estudió Psicología. Consideraba que le ayudaba a controlar a sus jugadores, aún cuando este control no duraba mucho. Guttmann era un tipo intenso, y esa intensidad acababa por quemar la relación. Eso explica por qué nunca se estableció durante un largo período en un mismo lugar. Siempre dijo que la tercera temporada consecutiva en un mismo club solía ser un desastre. Una máxima que en nuestros días podría resultarle bastante familiar a un prestigioso técnico portugués.
Austria y Estados Unidos serán paradas de Guttmann durante su carrera, siempre unida a la organización del Hakoah, que tiene clubs en distintas partes del mundo. Nuestro protagonista jugará con el de Viena y con el de New York, una vez empezada una lucrativa aventura en la ASL estadounidense. Como ya dijimos anteriormente, el club era una de las puntas de lanza del movimiento sionista, promoviendo el llamado judaísmo muscular de Max Nordau y haciendo exitosas giras internacionales para recaudar dinero con el que los colonos judíos podían comprar tierras en la Palestina británica. El Hakoah vienés era, por tanto, considerado uno de los equipos más famoso del mundo en aquella época, e incluso llegaron a derrotar al campeón de copa inglés, el West Ham, por 5-1.
Cuando se retiró, Guttmann cambió rápidamente su interés hacia el banquillo. Su primera oportunidad llegó con el Twente Enschede holandés, club con el que firmó una astronómica prima por ganar el campeonato nacional. Los directivos la firmaron muy tranquilos, ya que el Twente era un club que luchaba a duras penas por la salvación. Guttmann lo salvó, y acto seguido ganó el título de la región norte de Holanda. El Twente jugó por el título nacional, y su presidente, alentó al equipo contrario. Nunca habían llegado tan alto, pero el directivo sabía que el éxito supondría la bancarrota para el club. La cláusula que Guttmann le había hecho firmar, en aquel momento imposible de cumplir, le ahogaba ahora.
Guttmann continuará firmando lucrativos contratos a lo largo de su carrera, especialmente basados en objetivos. Su primer gran éxito lo tiene en Hungría, entrenando al Ujpest con el que gana la liga. Al año siguiente es destituido y sorprendentemente, busca el reto de entrenar en segunda. El Salgotarjan BTC será su destino. Ilógico a todas luces para cualquier persona. Excepto para Guttmann, que alternará clubes, selecciones, equipos de élite, equipos de segunda, en Europa, o en América, sólo por el placer del reto, de aprender, de aplicar sus ideas…
La Segunda Guerra Mundial es una gran laguna en su biografía. Nadie sabe cómo la pasó, cómo sobrevivió. Su hermano murió en un campo de concentración y él huyó a Hungría, tras haber sido confinado en un campo de trabajo cercano a Budapest. Su familia no to tanta fortuna, ya que acabaron sus días en Auschwitz. Tras la guerra, firmó por el Vasas de Budapest donde insistió en cobrar la mitad de su salario en raciones (debido a la escasez de comida). Sin embargo, cuando el presidente intentó influir en la selección del equipo, Guttmann abandonó el club con destino a Rumanía. Fue un período corto con el Ciocanul de Bucarest, antes de volver a Hungría por la puerta grande. Ni más ni menos que para sustituír a Ferenc Puskás Sr. como entrenador del Kispest de Budapest. Será esta una etapa tormentosa, principalmente, por su mala relación con la gran estrella del equipo, Ferenc Puskás Jr., el que sería más adelante mejor jugador del mundo y gran leyenda del fútbol magiar. Una anécdota muy conocida de esta etapa es que, durante un partido contra el Gyor, Guttmann estaba tan enfadado con la actuación de uno de sus jugadores (Mihaly Patyi, increíblemente agresivo, algo que chocaba con la concepción del fútbol de Guttmann), que le ordenó no salir al campo en la segunda parte, que prefería jugar con diez (en aquel momento no existían los cambios). Puskás Jr. no estaba de acuerdo y persuadió al jugador para que no hiciese caso del entrenador. Enfadado, Guttmann se sentó en la grada leyendo un periódico durante el segundo tiempo. Al finalizar el encuentro, cogió un tranvía y esa fue la última vez que se le vio por el estadio del Kispest en años.
Tras este disgusto, el cosmopolita Guttmann, nunca reacio a abandonar su país, se mudó a Italia. Aceptó un acuerdo con la Roma, pero cuando llegó a la Ciudad Eterna se dio cuenta de que la Roma no sabía nada del mismo. Así que tuvo que buscarse las habichuelas y fichó por el Padova donde, curiosamente, tuvo que firmar una cláusula por la cual podía ser despedido si el club descubría que no era el verdadero Bela Guttmann. Esas son las cosas del fútbol anterior a los mass media. Padova y Triestina le permitieron descubrir un nuevo fútbol, pero él nunca estaba satisfecho. En 1953, entrenó en Argentina al Quilmes y en Chipre al APOEL. Absorber información, conocer jugadores, aprender nuevos sistemas. Su vida era el fútbol.
1953 es también el año en que asume la dirección de su primer gran proyecto en el extranjero. El Milan de Nordhal, Schiaffino y Liedholm llama a su puerta. El equipo juega un estilo muy atractivo de fútbol, lejos del incipiente defensivismo que se cernía sobre la Serie A. En su segundo año, cuando iba líder del campeonato, sus discrepancias con la directiva provocaron su cese. Guttmann, en estado de shock declara tras el partido ¡Me han echado incluso sin ser yo un criminal o un homosexual! ¡Adiós! El hecho de que posteriormente siempre añadiese en sus contratos una cláusula que fijaba la imposibilidad de ser cesado si su equipo estaba el primero en la tabla responde a esta etapa milanista.
Durante este tiempo, Guttmann no fue ajeno al crecimiento del fútbol húngaro y su selección como mayor potencia mundial. Al igual que todos los grandes entrenadores magiares, Guttmann mantuvo el contacto con la cúpula dirigida por Gustav Sebes. Este era el hombre que había puesto a todos los estamentos del fútbol húngaro al servicio del éxito de la selección, y contaba con un cuadro técnico que incluía a los mejores entrenadores del país. Marton Bukovi o Gyula Mandi estaban entre ellos, y la influencia de Guttmann se sentía. Aunque estuviese en el extranjero, sus informes, sus ideas, llegaban siempre a los dirigentes del equipo nacional. Junto a Bukovi es el gran teórico del 4-2-4, que tanto éxito tendrá a ambos lados del Atlántico.
Tras entrenar al Vicenza un año, volvió a Hungría, donde se le ofreció el cargo de entrenador del poderoso Honved, nombre con el que había sido rebautizado su Kispest ahora que el régimen comunista controlaba el país. El equipo era impresionante, y todavía permanecían en él dos hombres capitales de su anterior etapa, Ferenc Puskás (ya sin el Jr.) y Joszef Bozsik. Además, otros internacionales de la maravillosa selección húngara como Sandor Kocsis, Zoltan Czibor, Laszlo Budai, Gyula Lorant o Gyula Grosics eran miembros del mismo. Por supuesto, el título de liga cayó y el campeón húngaro era uno de los máximos favoritos para ganar la Copa de Europa. Habiéndose clasificado para la segunda ronda, el Honved viajó a Bilbao para medirse al Athletic, donde perdió 3-2 en la ida. Antes del partido de vuelta, estalló la Revolución Húngara y el ejército del Pacto de Varsovia invadió el país. Los jugadores se negaron a volver al país con esa situación tan tensa (algo especialmente grave, dado que, oficialmente, eran miembros del ejército húngaro), y pactaron con el Athletic que la eliminatoria se decidiese en Bruselas. Con Grosics lesionado desde el inicio del partido, Czibor tuvo que jugar de portero y el resultado de 3-3 eliminó al Honved. Así pues, terminada su aventura en la Copa de Europa, comenzó una aún mayor. Como ya dijimos, los jugadores se negaron a volver a Hungría, y el rebelde Guttmann, desafiando a la siempre comprensiva FIFA y al nuevo gobierno de Janos Kadar, organizó una gira para recaudar fondos por Italia, Portugal y España. Tras esta, donde el Honved fue acogido como el mayor espectáculo del mundo, el Honved declinó una invitación del gobierno mexicano para ofrecerles asilo político y permitirles unirse a la liga azteca. En lugar de ello, Guttmann se llevó al equipo a Brasil, donde se midieron cinco veces a Flamengo, Botafogo y a un combinado de ambos.
A estas alturas, la FIFA ya había declarado ilegal al equipo e incluso había suspendido la posibilidad de usar el nombre de Honved. Sus jugadores fueron sancionados, como mínimo, con 18 meses, y, tras volver a Europa, el gran equipo magiar fue desmantelado. Puskás, Czibor o Kocsis nunca volvieron a su país.
Guttmann, sin embargo, había decidido quedarse en Brasil, firmando un contrato con el Sao Paulo. Su legado en Brasil, a pesar de que se quedó escasamente un año con el Tricolor paulista, fue enorme. Guttmann popularizó el esquema 4-2-4 que posteriormente Vicente Feola adaptaría a la selección brasileña y le daría a la canarinha su primer mundial. El húngaro se había encontrado con que el 4-2-4 estaba siendo ya utilizado como variante en Brasil, pero no al estilo húngaro. Mientras la selección húngara utilizaba al delantero centro para que cayese hacia el centro del campo y desorientar la defensa, en Brasil se utilizaba a uno de los interiores, con la intención de facilitar la creación de juego y servir más balones a los DOS delanteros centro. Era un enfoque diferente, pero el zorro magiar pronto lo adaptó a su estilo de juego. Compró al veterano Zizinho, héroe de la Copa Mundial del 50, y lo convirtió en su jugador clave. Le hacía bajar al centro del campo desde su posición de interior, y eso empujaba a Dino Sani, un centrocampista internacional que también jugaría en el Milan, más atrás. Sani no era un jugador de destrucción, más bien todo lo contrario, por lo tanto, con este movimiento, lo que conseguía el entrenador húngaro era tener dos focos de creación, y dos nexos entre líneas. Sani unía la defensa y el medio, Zizinho el medio y el ataque. Algo muy parecido al rol de Pirlo y Kaká en el Milan de Ancelotti. Guttmann ganó el Paulistao de 1958, asentó esa manera de jugar en Brasil, aprendió cosas que le serían útiles en el futuro y luego se fue. A Portugal. Al Porto.
Su éxito portugués fue inmediato. El Porto estaba 5 puntos por detrás del Benfica, pero bajo el liderazgo de Guttmann, los blanquiazules enjugaron ese déficit y ganaron la liga. Justo después de este éxito, el húngaro errante cambió de acera, y se puso a los mandos del propio Benfica. Habiendo visto todos los defectos del equipo benfiquista durante su etapa portista, Guttmann inmediatamente dio la baja a 20 jugadores y promocionó a todo un grupo de prometedores jugadores juveniles. El éxito no se hizo esperar, y dos ligas más, esta vez vestido de rojo, cayeron en su etapa lusa.
Incluso ganando todo lo que ganó, quizá el mayor éxito del magiar en su estancia benfiquista llegó por casualidad. Un día, habiendo recibido la visita de Bauer, quien había sido jugador suyo en Sao Paulo, este le advirtió de la existencia de un joven mozambiqueño de 17 años al que el Sampa se había enfrentado en una gira por África. Sabiendo que el Sporting lisboeta también estaba sobre la pista del jugador (que además jugaba en uno de sus filiales angoleños), Guttmann ofreció al hermano del chico el doble de lo que le había ofrecido el Sporting, sin saber de qué cantidades estaba hablando. El Sporting, desesperado por competir con Oporto y Benfica había ofrecido ya una enorme cantidad. Ese niño era Eusébio, y salió barato. Especialmente porque gracias al crecimiento de Eusébio, Guttmann sacó también lo mejor de Mario Coluna, al que convirtió en su Hidegkuti, en su Zizinho.
En 1961, el Benfica derrotaba al Barcelona en Ginebra, no sin suerte, poniendo fin a la racha de 5 triunfos consecutivos del Real Madrid en la Copa de Europa. Eusébio aún no era habitual del primer equipo. Sí lo era ya en la temporada de 1962, y el Benfica repitió título, esta vez metiéndole 5 goles (doblete de Eusébio incluído) al Real Madrid. Los esfuerzos del viejo amigo-enemigo de Guttman, Puskás (que consiguió un hat trick en la final), no fueron suficientes. Europa tenía nuevos amos: Guttmann, su joven perla africana y el Benfica.
Sin embargo, lo que debía ser su momento cumbre quedó ensuciado, una vez más, por asuntos de dinero. Primas por victorias, nuevos contratos, etc. Lo que tan bien había manejado Guttmann a lo largo de su carrera, ahora lo ponía en el brete de tener que abandonar a su mejor creación. El húngaro dejó el Benfica ese mismo verano, lanzando la maldición que ha perseguido a las Aguias todo este tiempo: Jamás, ni en 100 años, volverá a ganar el Benfica una Copa de Europa. Frase que, digámoslo ya, no está probada que dijese en ningún momento. Y de la que no se habló realmente hasta que el Benfica jugó una final de la Copa de Europa en Viena en 1990 contra el Milan. Pero, ¿y el pedazo de historión que nos perderíamos sin ella?
A pesar de haber sido finalistas en cinco ocasiones más (1963, 1965, 1968, 1988 y 1990), el club de la capital portuguesa no ha sido capaz de volver a levantar el máximo trofeo continental. Ni siquiera Recopas o Copas de la UEFA. JAMÁS. Lo había dejado bien claro el viejo Guttmann. Incluso en 1990, cuando la final de la Copa de Europa entre Benfica y Milan se jugó en Viena, lugar donde reposan los restos del húngaro, Eusebio viajó y visitó su tumba haciéndole una ofrenda y rezando ante ella. Ni las plegarias del que fue su diamante más preciado ablandaron al legendario entrenador. JAMÁS es JAMÁS.
Cierto es que, tras su salida del Benfica, la carrera de Guttmann entró en declive también. Volvió a Sudamérica, donde dirigió a un gran Peñarol que sentaría las bases del que sería campeón intercontinental en el 66, fue seleccionador austríaco y hasta tuvo una segunda (e infructuosa) etapa en el Benfica antes de poner punto final en el Oporto a comienzos de los 70.
Siempre será recordado como un rebelde, un pionero y un genio. Un personaje como no ha habido muchos desde que la pelota rueda bajo las reglas de la Freemason’s Tavern.
Un entrenador es como un domador de leones. Él domina a los animales con confianza en sí mismo y sin miedo. Pero una vez dude de su hipnótica energía, y el primer signo de temor aparezca en sus ojos, está perdido.
Recomendable leer 'The greatest comeback', sobre su vida. Ya no recuerdo mucho, pues lo leí hace años, pero no estaba mal.