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El radio de acción de un todocampista clásico lo marcaban las medidas del terreno de juego y nada más. Un recorrido por esta figura casi en extinción.
El 7 de julio de 1974 Alemania Federal y Holanda disputaban la gran final de la Copa del Mundo en Munich. El torneo había sido largo y 50 años después sigue dejando y evocando nombres, equipos y partidos míticos. No en vano se considera a este Mundial el primer campeonato del mundo moderno, en contraposición al disputado cuatro años antes en México, considerado el último clásico. La manera de entender el juego había cambiado radicalmente en el imaginario popular en este corto lapso de tiempo. El culto a la técnica, al juego ofensivo, al jogo bonito, al fútbol de duelos unos contra uno que habían representado equipos como Brasil o Perú se veía ahora sustituido (quizá no superado), por la movilidad, la preparación física y el intercambio de posiciones. Alemania 74 es el Mundial del Fútbol Total, y no solo por las hazañas de la selección holandesa, pese a lo que muchos piensan.
El Totaalvoetbal se había extendido como la pólvora a lo largo de Europa, en gran parte por las exhibiciones del Ajax de Amsterdam, pero también porque varias líneas de estudio táctico habían llegado al punto de que ese era el siguiente paso evolutivo en el juego. Holanda, por supuesto, pero asimismo otros países, adaptaron los conceptos de desorden ordenado a sus equipos, y así veremos a los polacos de Kazimierz Gorski, los yugoslavos de Miljanic o los mismos alemanes lucir su propia versión. También la URSS, siguiendo la línea evolutiva de Boris Arkadiev-Viktor Maslov y Valeriy Lobanovskyi (este aún en el Dinamo Kiev), la habían implantado, pero como sabemos, los soviéticos se habían negado a jugar la repesca contra Chile y no estuvieron presentes en el Mundial.
Volviendo al inicio del artículo, esa final contrapone a los que son los mejores modelos de este nuevo fútbol que alumbrará una nueva especie de centrocampista. Un jugador que hará honor al nombre de su demarcación, y dominará la parte ancha del terreno de juego, en las cuatro fases de un partido. Un hombre que hará de todo, y casi todo bien. Lo que ahora se llama todocampista, en aquel instante era simplemente EL centrocampista. Por supuesto que continuó habiendo especialistas defensivos y ofensivos, pero nunca fueron tan comunes los jugadores completos en esa parcela del campo. Este choque entre los hombres de Helmut Schön y los de Rinus Michels opone directamente a dos de los mejores representantes de esta nueva raza de futbolista: Wolfgang Overath y Johan Neeskens.
Overath, cerebro del Colonia desde hacía más de 10 años, con experiencia en ya tres Mundiales llevando el peso del centro del campo alemán. El número 12 de la Mannschaft había disputado las Copas del Mundo de Inglaterra 66 y Mexico 70 formando un dúo de lujo en el centro del campo con Franz Beckenbauer, quien asimismo sería un representante perfecto del todocampista si sus ambiciones no le llevasen a instalarse como hombre libre. Haciendo pareja con el Kaiser, y con la ayuda de Haller, Seeler, Emmerich o Held (cualquiera que fuese el atacante que, al estilo de Mario Zagallo, bajase hasta el medio para ayudarles), no solo hacía jugar al equipo nacional, sino que también bregaba y recuperaba balones como si fuese de unas de esas moles provenientes de África que pueblan la Ligue 1 a día de hoy, por poner un ejemplo. Era una torre de control, con un rango de pase excepcional, en corto y en largo, muy similar al que durante los 60 había lucido Luis Suárez en el Inter y la selección española. Neeskens iba incluso más allá, tenía llegada a gol y un golpeo de balón que lo ponía en distancia de disparo una vez superaba la línea de los 35 metros. Neeskens era una dinamo, tanto en el Ajax como en el equipo nacional. Y tenía un carácter feroz, ganador, de líder. Tanto que cuando llegó a Barcelona rápidamente se convirtió en el capo del equipo superando incluso a Johan Cruyff. Neeskens era el equivalente holandés de lo que había sido Josef Masopust en la década anterior, tanto para el Dukla de Praga como para la selección checoslovaca, a la que guió a la final de un Mundial.
Junto a estas dos luminarias, Uli Hoeness, Win van Hanegem y Arie Haan hicieron acto de presencia y dejaron su huella en la final. El alemán, como durante todo el torneo, estuvo brillante. Su capacidad para aparecer por la derecha, por la izquierda y ofrecer apoyos en la posición de mediapunta fue, básicamente, una de las claves para que el equipo alemán funcionase sin Gunther Netzer. Hoeness representaba, junto a Paul Breitner, la quintaesencia de ese fútbol total al estilo alemán. Y no quiero olvidarme, o sólo nombrar a Netzer, ya que él fue el alma del mejor equipo alemán de la historia, aquel que arrolló en la Eurocopa del 72. Netzer estaba en plenitud física y abarcaba todo el campo. Era el líder del equipo (Overath no estuvo presente debido a un retiro internacional temporal), y, aunque no era tan sacrificado en labores defensivas como su homólogo del Colonia, sí era una máquina creativa sin parangón en el fútbol europeo. Su traspaso al Real Madrid (donde los entrenamientos eran más suaves que en Alemania, al menos para estándares teutones), y sus disputas con el clan del Bayern sentenciaron a Netzer en la Copa del Mundo disputada en casa, pero sería injusto no darle crédito.
Enfrente, junto a Neeskens, estaban otros dos genuínos representantes del centrocampista completo, como eran Van Hanegem y Haan. El primero era el cerebro de un Feyenoord ganador en Europa, que tuvo un Mundial brillante, pero al que la exigencia física a la que sometía Michels a los jugadores de su rol acabó pasando factura. Como a Netzer, a Van Hanegem no se le caían los anillos por correr hacia atrás, pero brillaba más en la construcción. Por su parte, Arie Haan disputó este Mundial como central al lado de Rijsbergen, pero habitualmente actuaba en el centro del campo. Era una batería de artillería andante, como bien pudo atestiguar Dino Zoff en los campos argentinos cuatro años después.
Tan grandes fueron estos dos equipos que opacaron un poco el nivel de otras selecciones participantes. Excepto las cenicientas siempre presentes en un torneo de este tipo, todos los equipos dejaron detalles valiosos. Y desde el punto de vista de un aficionado en 2025, el campeonato fue una exhibición de roles que hoy están en declive. Destacaron líberos como Beckenbauer, Figueroa, Bransch y Luiz Pereira y extremos como Holzenbein, Rensenbrink, Dzajic o Gadocha.
Polonia fue la revelación, liderada por uno de los mejores centrocampistas de la década: Kazimierz Deyna. Se había dado a conocer para el gran público durante la epopeya del Legia de Varsovia en la Copa de Europa de 1970, donde el campeón polaco avanzó hasta las semifinales, siendo eliminado por el Feyenoord. Esta eliminatoria nos permitió disfrutar de un enfrentamiento entre Deyna y Van Hanegem, que causó sensación. Deyna se reveló como el líder del equipo nacional polaco que se proclamó campeón olímpico en 1972 y dio la sorpresa eliminando a Inglaterra en Wembley en la clasificación para el Mundial.
Ya en tierras alemanas, el del Legia se desmelenó y dominó el mediocampo durante todo el Mundial. Sólo un campo anegado en Frankfurt en el partido contra Alemania Federal cortó las aspiraciones del equipo polaco. Deyna, partiendo desde muy atrás, casi desde la posición de mediocentro, dirigía a su equipo y llegaba al gol con mucha facilidad. Con Henryk Kasperczak cubriéndole las espaldas y brindándole apoyos para la salida del balón, los enormes centrales Zmuda y Gorgon cerrando la defensa, y los creativos Gadocha y Domarski por delante, Deyna tenía siempre opciones y seguridad para realizar su juego. Cabeza alta siempre, con su elegante zancada, el número 12 polaco se salió. El encuentro en el que más brilló la selección de Gorski fue el del tercer y cuarto puesto, donde superó a una selección brasileña que en este Mundial fue un mar de dudas, de indefinición.
Brasil había ganado brillantemente el Mundial en México, pero en los siguientes cuatro años sufrió importantes bajas, como Pelé, Gerson y Tostao (retirados) o Carlos Alberto y Clodoaldo (lesionados). En 1974, era el equipo de Rivelino y Jairzinho, que no brillaron a su máximo nivel. Mario Zagallo, el seleccionador, se debatía entre permanecer fiel a la vieja escuela brasileña o adaptarse a los nuevos tiempos y optar por una pequeña europeización. Lo cierto es que en Alemania, Brasil pareció un equipo bastante antiguo (como ocurrió también con los demás equipos sudamericanos, Argentina y Uruguay), dividido entre centrocampistas puramente ofensivos como Rivelino, Dirceu o Paulo César y otros excepcionalmente destructivos, como Piazza. Entre medias, sólo Paulo César Carpegiani y Ademir da Guia se ajustaban a ese modelo de todocampista que salió triunfante del Mundial. El segundo, un mulato de ojos azules y pelo rubio, leyenda del Palmeiras, era un jugador muy parecido a Van Hanegem, y dejó muy buen sabor de boca, y bastantes preguntas de por qué no había jugado más. Jerarquías. La sombra de los campeones de Mexico era todavía muy alargada. Brasil había emprendido el camino hacia el fútbol total que buscaría con ahínco Claudio Coutinho en el 78, fallando, y llegando a cotas altísimas cuando Telé Santana fue capaz de mezclar ambos estilos en su etapa de seleccionador. Los canarinhos producirían todocampistas, por supuesto, y Falcao o Toninho Cerezo serán sus mayores representantes. Tanto en la Copa del Mundo de 1982, como en su desempeño durante años en la Serie A italiana. Ambos formaron, incluso, uno de los mejores centros del campo del continente europeo cuando, jugando juntos en la Roma, intentaron el asalto a la Copa de Europa en 1984. Cerezo había llegado a la Ciudad Eterna para sustituír a otro único en su especie, el todoterreno austríaco, Herbert Prohaska.
Durante los primeros días del Mundial 74, la selección yugoslava fue señalada como uno de los outsiders de la competición, como casi siempre. El equipo entrenado por Miljan Miljanic poseía talento a espuertas, y jugadores de gran nivel. Su primera fase fue muy buena pero durante el segundo turno (esos grupos en los que se decidían los octavos y cuartos de final durante los Mundiales del 74, 78 y 82), el vestuario explotó. Serbios, croatas y bosnios estaban enzarzados en rivalidades (no siempre deportivas), y los jóvenes y los veteranos que estaban en el extranjero también estaban divididos, sobre todo por el tema del dinero. En todo caso, el talento de los miembros del equipo estaba fuera de toda duda: la agilidad del portero Enver Maric, la polivalencia de Ivan Buljan e Ivica Surjak, el talento ofensivo de Danilo Popivoda y Dusan Bajevic, la potencia física de Josip Katalinski, y el centro del campo con Branko Oblak, Ilija Petkovic y Jovan Acimovic. Estos tres jugadores, especialmente Acimovic, tragaban kilómetros y creaban juego indistintamente. Más aún cuando Miljanic dejó sólo en el medio a Acimovic y Oblak, para introducir una delantera de 4 hombres. En la segunda fase, la presencia de Popivoda redujo la aportación ofensiva de ambos y el resultado no fue el esperado. Pero, de todas formas, los problemas gordos no estaban en el campo. Dos años después, con la aparición de Vladislav Bogicevic, Yugoslavia presentó en su Eurocopa un centro del campo de los más dinámico. Bogicevic era una mole que se llevaba de cabeza todos los despejes del portero contrario y que, además, tenía una habilidad privilegiada para repartir asistencias de gol. Físico imponente y rango de pase eran las dos características buscadas en un centrocampista en la segunda mitad de los 70. Ahí eran fuertes los checoslovacos que ganaron esa Eurocopa. Protegiendo a un Panenka más creativo, Karol Dobias (que jugaba indistintamente de mediocentro o de carrilero), y Jozef Moder se convirtieron en omnipresentes. Robando, ofreciéndose para un pase fácil, haciendo coberturas, llegando desde segunda línea…la sensación era que Checoslovaquia contaba siempre con más hombres en la parcela ancha.
Un hombre que ocupaba un rol parecido al de Acimovic fue lo más destacable de la selección argentina en tierras alemanas. Como dijimos anteriormente, los albicelestes parecieron un equipo muy antiguo, avejentado y no preparado para el fútbol moderno. Se salvó Carlos Babington, un centrocampista ofensivo que jugaba en Huracán y que se convirtió en el faro de su equipo durante el torneo. Babington era una versión especial de todocampista, más basado en el toque de balón y la visión de juego que en el despliegue físico. Todo lo contrario que Romeo Benetti, una de las novedades que presentó Italia en el Mundial. Los italianos tenían un montón de veteranos que ya habían pasado su mejor momento, y mil problemas en el vestuario. Mazzola era el capo indiscutible, Riva y Rivera pasaban de todo, fuera de forma y más pendientes de su futuro que de otra cosa, mientras que los pistoleros de la Lazio (Chinaglia, Wilson y Re Cecconi), sólo añadían más gasolina al fuego. Las notas positivas las dejaron el citado Benetti, un jugador con una más que aceptable técnica y disparo a puerta, pero que pasó a la posteridad como uno de los futbolistas más raciales de la historia del fútbol italiano, y Fabio Capello que, por su parte, lo hizo como un elegante centrocampista que no rehusaba el contacto físico. Un regista con grinta, algo no muy común.
Como última referencia a esta Copa del Mundo, queremos hablar del representante británico. Escocia estaba en uno de los mejores momentos de su historia y presentaba un equipo basado en el gran Celtic que había sido campeón de Europa (y era un habitual de las rondas finales de la Copa de Europa), el Rangers campeón de la Recopa y el Leeds United, que era uno de los mejores equipos de Inglaterra. Willie Ormond, su seleccionador, optaba por un clásico 4-2-4 que exigía muchísimo a sus dos centrocampistas nominales. Con cuatro delanteros como Kenny Dalglish, Peter Lorimer, Joe Jordan y Dennis Law (o Willie Morgan), y dos laterales larguísimos como Sandy Jardine y Danny McGrain (auténticas locomotoras), la carga para Billy Bremner y David Hay era brutal. Y lo cierto es que la soportaron admirablemente, incluso descolgándose en ataque. Escocia no se clasificó para la segunda fase por diferencia de goles, pero la imagen que dejó fue muy buena. Y Bremner demostró toda la clase y carácter que le convirtieron en leyenda del fútbol británico al lado de otro todocampista legendario como Johnny Giles en el Leeds de Don Revie.
Inglaterra a finales de los 60 y comienzos de los 70 es uno de los países pioneros en cuanto a todocampistas o centrocampistas box to box se refiere. Es cierto que hasta bien entrados los años 60 no es habitual ver este perfil de futbolista, ya que los esquemas tácticos no lo permiten. En la clásica WM los centrocampistas son eminentemente defensivos, dejando la labor de creación para los interiores que forman la línea de ataque. Estos habitualmente bajan hacia el medio para poder construir juego. Con la evolución hacia el 4-2-4, con el centrocampista más defensivo convertido en central, y el interior creativo jugando en el medio del campo, el camino hacia el todocampista está abierto. Igor Netto, cerebro y jugador capital del equipo de la URSS, Josef Masopust, líder del Dukla y la selección checoslovaca, Dimitar Yakimov del CSKA de Sofia y Bulgaria o Mário Coluna, del Benfica y Portugal hacen su aparición en la gran escena mundial.
Obviamente, en las Islas Británicas tenemos la reconversión de Bobby Charlton desde su posición de extremo hasta convertirse en el todoterreno más famoso y competitivo del planeta fútbol. Junto a él florecen primero Alan Ball y Martin Peters, claves para entender el 4-4-2 en rombo que llevó a Inglaterra a ganar el Mundial del 66 y posteriormente Colin Bell y Allan Mullery, que serán sus escuderos en Mexico 70.
Como vemos, el nuevo rol se extiende por toda Europa, desde Lisboa hasta Moscú, con mayor o menor especialización hasta llegar a la culminación que es Alemania 74, como hemos ido repasando a lo largo de todo el artículo.
Entrando ya en los 80, la evolución del todocampista va haciendo que prime más el físico, especialmente en Alemania. La parcela ancha de los equipos de la Bundesliga se llena de camiones de carga como Bongartz, Dremmler o incluso Briegel (que pasará a ser centrocampista con la irrupción de Brehme). Por supuesto, la vertiente técnica seguirá representada por el gran Bernd Schuster, el legítimo heredero de Gunther Netzer. Schuster es un jugador más dinámico que Overath y su sucesor Heinz Flohe. Parte de más atrás (comienza en el Augsburg y el Colonia como líbero), y llega más arriba, pisando área con facilidad. Las lesiones y su carácter irán reduciendo su movimiento en el campo hasta convertirlo en un cerebro casi estático (sea desde el mediocentro o de líbero) hacia el final de su carrera. Una carrera que comienza y acaba casi de la misma manera, con el rubio Bernd jugando detrás de la defensa.
No podemos hablar de Alemania sin hacer hincapié en el más genuíno representante del todocampista alemán, que no es otro que Lothar Mathäus. De la misma quinta que Schuster, es la renuncia de este a la selección la que permite a Matthäus asentarse en el equipo nacional. El joven Lothar, en Moenchengladbach, se asienta como un centrocampista de ida y vuelta, pero más especializado en labores defensivas, incluso de marcaje. Así destaca Matthäus en Mexico 86, donde será marcador de Maradona durante gran parte de la final del campeonato. Pero con su fichaje por el Bayern Munich, Matthäus se libera un poco de su antiguo rol, evoluciona como jugador y asume más responsabilidad en la ofensiva, algo que le hará crecer exponencialmente como jugador. Sus años en Italia con el Inter le consagran como referencia global. Se convertirá en capitán de la selección y la liderará admirablemente a ganar su tercera Copa del Mundo, consagrándose él mismo como Balón de Oro. Las lesiones le mermarán durante su madurez y acabará, como es casi tradición entre los grandes cracks alemanes, siendo un líbero de clase internacional. Poco más puede decirse de un hombre que ha batido innumerables records. A la sombra de Matthäus floreció Olaf Thon, llamado a ser su sucesor (lo fue en el Bayern cuando Lothar fichó por el Inter), pero opacado por la inmensa presencia del de Herzogenaurach, no se consagró ni en Baviera ni en el equipo nacional, aunque sí fue partícipe de los éxitos de ambos. Al igual que Matthäus, acabó sus días como gran líbero en su Schalke 04, con el que ganó la UEFA del 97, y volvió con Alemania en Francia 98 tras unos años alejado del equipo.
Como ya dijimos, Falcao y Toninho Cerezo serán los abanderados del centrocampista completo en Brasil, con Alemao un nivel por debajo. Inglaterra producirá el molde de lo que serán posteriormente grandes estrellas como Gerrard y Lampard: Bryan Robson. El Captain Marvel del Manchester United, físicamente poderosísimo, y con mucha personalidad, al que sólo su mala suerte en los Mundiales (se lesiona en Mexico 86 e Italia 90), le privará de un mayor reconocimiento internacional. Míticos fueron sus duelos contra Graeme Souness, capo del centro del campo del Liverpool y Escocia. Uno de los jugadores más completos y duros de los últimos 50 años. Robson fue el mejor sucesor que pudo tener Trevor Brooking, otro tren de mercancías, en los Three Lions.
Por el resto de Europa, el modelo creado en Alemania 74, el del centrocampista con despliegue físico no exento de calidad, capaz de robar y llegar al área, se extiende y tiene sus mejores representantes en gente como Herbert Prohaska en Austria, Frank Vercauteren en Bélgica y Soren Lerby en Dinamarca.
Por último, destacar a tres grandes de los años 80, quizá los que más marca toda la década. Uno es Jean Tigana, la dinamo de Le Carré Magique. Ya en España 82 fue clave para sostener a una selección Bleu que jugaba sin medio defensivo puro (Tigana-Giresse-Genghini-Platini), y que, con las espaldas cubiertas por Luis Fernandez se convirtió en un tornado imparable en el bienio 1984-86, uniendo con sus idas y venidas a la sólida defensa de la selección francesa con los veteranos cerebros del equipo, Platini y Giresse.
El segundo jugador se resume en una imagen: su grito tras marcar el segundo gol de Italia en la final del Mundial de España. Marco Tardelli era todo pundonor. Tanto que, a veces, se olvida que también era un excelente jugador con la pelota, polivalente y dispuesto a ayudar en cualquier parte del campo. Su final de Copa de Europa en 1983, donde un error de planificación de Trapattoni (o una jugada maestra de Ernst Happel, según se mire), le deja literalmente sólo en el centro del campo juventino, teniendo además que cubrir los huecos dejados por un Gentile centrado en el marcaje a Bastrup, le definen. La Juventus no creó demasiado peligro, pero tampoco se rompió, y eso fue, en gran parte, gracias a la extraordinaria labor de Marco Tardelli.
El tercero trajo un pedacito de lo que creíamos sería el fútbol del siglo XXI a los años 80 Ruud Gullit era un portento físico, capaz de jugar en cuatro o cinco posiciones a nivel de superclase y con una técnica y carácter que encantaban a todos. Fue Balón de oro incluso antes de arrasar y ser clave en el Milan cuya grandeza radica en ser bisagra en la historia del fútbol. Gullit fue la pieza clave que hizo funcionar el ataque del primer Milan de Sacchi, antes de la irrupción de van Basten, y también era el líder indiscutible de la Holanda campeona de Europa en 1988.
Fue ese Milan de Gullit el que, con su pressing infernal cambió literalmente las reglas del juego. Y como todos sabemos que el mejor libro de táctica futbolística sigue siendo el reglamento, fueron esos cambios reglamentarios los que redujeron el espacio jugable hasta el mínimo posible en los 90, dando matarile al modelo de todocampista que hemos estado repasando en este artículo. La evolución, como sinónimo de cambio (no siempre a mejor), del fútbol es imparable, y en este siglo XXI nos está dejando huérfanos de algunos de los roles más excitantes del propio juego. Ya casi no hay líberos, extremos puros, nueves corpulentos o centrocampistas box to box. Volverán, aunque sean pocos, aunque sea fugazmente (como lo hizo el catenaccio en 2004 cuando llevaba 20 años muerto), y volveremos a disfrutarlos (Vinicius, Lamine Yamal, Nico Williams, Federico Valverde, Enzo Fernández, Andrea Bastoni, etc) . Mientras, debemos recordar a los que fueron grandes y respetar a los últimos mohicanos que siguen desempeñando esos papeles en nuestro fútbol globalizado y cada vez más impersonal.